Algures no Senegal I
Postado por
Maria Sá Carneiro
em segunda-feira, 27 de outubro de 2008
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El Género humano y su destino
Edmundo Comlan Ahouidi
Etiquetas:
Correspondência
El hombre de hoy estinocomo el de siempre, sigue planteándose algunas preguntas sobre el sentido de su vida: el cómo, el por qué, y el para qué de su existencia terrenal. Por no existir por sí mismo, ni por su propia voluntad, tendrá que consultar cómo se encontró en este cosmos. Uno de los libros más aconsejados será la “Santa Biblia” que no impide una lectura crítica por ser el hombre un ente inteligente entre todas las criaturas vivientes.
La biblia en su primer libro, capítulo1, versículos 26 nos entera de que Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fierras campestres y los reptiles de la tierra”. Y a continuación se precisa en el versículo 27: “Dios creó al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó.
28 Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra”.
Estribándonos en lo citado, el hombre y la mujer en el plan de Dios, eran iguales, semejantes para gozar de todo, dominando sobre el reino animal y vegetal que abarcan todos los medios ambientales: agua, cielo y tierra. Un poco más tarde en el capítulo 2, desde el versículo 22 hasta el 24 nos enteramos de que: “De la costilla tomada del hombre, el Señor Dios formó a la mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada hembra porque ha sido tomada del hombre”.
24 Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los dos una sola carne.”
Lo que acabamos de leer a través de estos versículos, añade a la noción de similitud y de igualdad, otra más aguda, que es la de la unidad. Esta unidad sin la cual es imposible realizar la plenitud, el ideal de vida y de sociedad inquebrantable regido por el Amor y la Justicia que emanan del Ser Supremo. El hombre y la mujer ya no son dos sino una sola carne y su unión no es nada más que el cumplimiento de una predestinación. Por lo cual, no se trata de unirse a una mujer cualquiera sino a su mujer. El adjetivo posesivo cobra así su verdadero valor semántico para nutrir la raíz unitiva del amor que nos brinda el Dios de Amor que se llamó a sí mismo, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Aquella relación entre el Señor Dios y el hombre era una gran y bella historia de amor y sigue siéndolo mientras el hombre no viola los mandamientos de Dios.
Hoy día el hombre va desconociendo y borrando de su memoria al Dios de Amor y cae cada vez más en la desgracia de Caín que mató a su hermano Abel por envidia. Hoy el hombre es un lobo para el hombre. Así que el Amor, la Confianza, la Justica y la Seguridad dejan sitio al odio, a la desconfianza, a la injusticia, a la violencia y a la inseguridad… Hoy día, los matrimonios se despedazan y destruyen en unos minutos lo que los rodean, fruto de años de bendiciones. Destruyen lo que han construido juntos y hasta lo que nunca podrán construir, es decir lo humano, la quintaesencia misma de la creación. El hombre merece más que eso y tiene derecho a vivir en un paraíso terrenal. Basta con que lo crea alejando de su vida cotidiana las muchas fobias a las que se somete inútilmente. Verdaderamente, quienquiera que gane su vida la pierde y quienquiera que la pierda la gana.
La biblia en su primer libro, capítulo1, versículos 26 nos entera de que Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fierras campestres y los reptiles de la tierra”. Y a continuación se precisa en el versículo 27: “Dios creó al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó.
28 Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra”.
Estribándonos en lo citado, el hombre y la mujer en el plan de Dios, eran iguales, semejantes para gozar de todo, dominando sobre el reino animal y vegetal que abarcan todos los medios ambientales: agua, cielo y tierra. Un poco más tarde en el capítulo 2, desde el versículo 22 hasta el 24 nos enteramos de que: “De la costilla tomada del hombre, el Señor Dios formó a la mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada hembra porque ha sido tomada del hombre”.
24 Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los dos una sola carne.”
Lo que acabamos de leer a través de estos versículos, añade a la noción de similitud y de igualdad, otra más aguda, que es la de la unidad. Esta unidad sin la cual es imposible realizar la plenitud, el ideal de vida y de sociedad inquebrantable regido por el Amor y la Justicia que emanan del Ser Supremo. El hombre y la mujer ya no son dos sino una sola carne y su unión no es nada más que el cumplimiento de una predestinación. Por lo cual, no se trata de unirse a una mujer cualquiera sino a su mujer. El adjetivo posesivo cobra así su verdadero valor semántico para nutrir la raíz unitiva del amor que nos brinda el Dios de Amor que se llamó a sí mismo, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Aquella relación entre el Señor Dios y el hombre era una gran y bella historia de amor y sigue siéndolo mientras el hombre no viola los mandamientos de Dios.
Hoy día el hombre va desconociendo y borrando de su memoria al Dios de Amor y cae cada vez más en la desgracia de Caín que mató a su hermano Abel por envidia. Hoy el hombre es un lobo para el hombre. Así que el Amor, la Confianza, la Justica y la Seguridad dejan sitio al odio, a la desconfianza, a la injusticia, a la violencia y a la inseguridad… Hoy día, los matrimonios se despedazan y destruyen en unos minutos lo que los rodean, fruto de años de bendiciones. Destruyen lo que han construido juntos y hasta lo que nunca podrán construir, es decir lo humano, la quintaesencia misma de la creación. El hombre merece más que eso y tiene derecho a vivir en un paraíso terrenal. Basta con que lo crea alejando de su vida cotidiana las muchas fobias a las que se somete inútilmente. Verdaderamente, quienquiera que gane su vida la pierde y quienquiera que la pierda la gana.
Edmundo Comlan Ahouidi
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